martes, 9 de mayo de 2017

EL RINCÓN DE PILAR

Nueva entrega de nuestra infatigable compañera. Valor y destreza a partes iguales para aportar una nueva visión de una de las obras que más ha gustado en el Club.
Muchas gracias y a disfrutarlo.

EL CAMINO
Por la mañana se despedirá del pueblo
hasta dentro de tres meses
creyó el Mochuelo que le faltaba el aire
y respiró con ansia varias veces
Presintió la escena de la partida
temió no poder contener las lágrimas,
aunque el Moñigo, diga que un hombre no llora
aunque se le muera el padre y se le rompa el alma
Llevaba el nombre de Daniel,
profeta que fue encerrado
en una jaula con diez fieras
y  no se atrevieron a hacerle daño
El poder de un hombre cuyos ojos
mantienen a raya a una jauría de leones
era una supremacía superior
al poder de todos los hombres
Agrió el carácter del quesero
el cochino afán del ahorro,
dejar necesidades insatisfechas
ocasiona en los hombres acritud y encono.
Ahorraba para que su hijo estudiara
y fuera un hombre de provecho,
para que progresase y no se convirtiera
como él en un pobre quesero.
Quitarle al Mochuelo su sufrimiento
sería el fin del dolor de los demás,
pero eso sería truncar su camino
resignarse a que dejase de progresar.
Lo que su padre no logró haber sido,
quería serlo en él... cuestión de capricho,
los mayores tenían, a veces, antojos
más tozudos y absurdos que los de los niños.
Aparentaba su padre estar enfadado,
Daniel no acertaba a discernir con quién e ignora
que los hombres se enfurecen a veces con la vida
y contra el desigual orden de las cosas.
Le gustaba ver a su padre airado

porque sus ojos echaban chiribitas,
le encontraba similitud con el herrero
cuando los músculos del rostro se le endurecían

 Él no pedía mucho, se conformaba
con tener una pareja de vacas,
una quesería y un pequeñito huerto
en las traseras de su casa.
Los días laborables fabricaría quesos
como su padre y los domingos
se entretendría con la escopeta
o pescaría truchas en el río.
Daniel el Mochuelo notaba en la garganta
un volumen inusitado
una congoja que le cortaba el aire
como si se tratara de un cuerpo extraño.
El estudioso hijo del boticario es pálido
como una muchacha mórbida y presumida,
si eso era el progreso, decididamente
el Mochuelo progresar no quería.

Comprendió que Roque el Moñigo
era un buen árbol al que arrimarse
aunque era dos años mayor que él
se hicieron inseparables.
Su amistad con él le forzaba a veces
a extremar su osadía, e implicaba
algún que otro regletazo de Don Moisés
el maestro de retorcida cara,
pero en compensación otras veces
le había servido de paragolpes y nunca
peleaban por el placer de golpear
sino por una causa objetiva y justa.
El padre del Moñigo, Paco el herrero
no aspira a que progrese su hijo,
sólo quiere que como él fuera hábil
para someter el hierro a su capricho.
Daniel el mochuelo no se cansa nunca
de ver en la fragua al fornido herrero
con sus gruesos brazos como troncos de árbol
vellosos y erizados de músculo y nervio.
 Acostumbra a trabajar en camiseta,
subía y bajaba su hercúleo pecho
como el de un elefante herido
luchando por salvar su pellejo.
El Herrero bebía por necesidad
el Mochuelo lo sabía de fundamento,
si no bebía, la fragua no carburaba,
decía echando otro trago al coleto
Era viudo y aún estaba en edad de merecer,
además, su física  exuberancia
era un buen incentivo para las mujeres
que cruzaban ante la fragua.
Cuando su temperamento se exaltaba
con el alcohol y armaba en la taberna
trifulcas considerables, jamás tiraba
de navaja aunque sus adversarios lo hicieran.
A la gente del pueblo le molestaba
sus músculos abultados,
si no fuera tan corpulento
podrían tumbarlo de un sopapo.
No les importaría entonces que fuera
 un camorrista y un borracho,
ni que hubiera cortado relaciones
con dios la virgen y los santos.
Ante aquella inaudita corpulencia,
la cosa totalmente cambiaba;
Tenían de conformarse
con ponerle verde por la espalda.
Ya decía Andrés el Zapatero:
-”cuando a las gentes les escasean
 los músculos en los brazos,
les desbordan en la lengua”
Postró en cama al vecindario
una larga griposa epidemia,
¿quien paseará a la virgen
en la procesión de las fiestas ?
Fue entonces cuando Paco el Herrero
se presentó humildemente en la iglesia
-yo la llevaré solo-dijo bajando los ojos
 como avergonzado de su enorme fortaleza-
Sobrado de fuerzas hizo cuatro paradas,
una en la plaza, otra en el ayuntamiento,
la tercera frente a la oficina de teléfonos
y en el atrio de la iglesia ya de regreso.

Germán el hijo del zapatero
reparó en su mirar insaciable
atento y concienzudo
como si todo le asustase.
Alguien dijo: tiene los ojos
verdes y redondos como los gatos,
otro precisó aún mas
y fue quien dio en el clavo:
 -“Mira lo mismo que un mochuelo”-
y Mochuelo se quedo pese al profeta Daniel
al poder hipnótico de sus ojos
y a los leones encerrados con él.
Tratar de impedirlo era lo mismo
que detener un río en primavera,
Daniel seria el Mochuelo,
como doña Lola la tendera
era “la Guindilla Mayor”
Don Moisés era “el Peón”
 Roque “el Moñigo”, Germán “el tiñoso”
y... Pancho”el Sindios”
las de Teléfonos “las Lepóridas”
o “las Cacas” según la ocasión,
el pueblo administraba el bautismo
con pródiga y mordaz desconsideración.

Germán, el Tiñoso, era un muchacho
esmirriado, endeble y como flojo,
por las calvas de su cabeza
 le llamaban “El tiñoso”.
Su padre Andrés era zapatero
y tenía un pequeño tallercito
a mano izquierda de la carretera,
tenía en total diez hijos.
Visto de frente podía pasar
por padre de familia numerosa,
visto de perfil, imposible
pues apenas parecía una sombra.
Tenía una acusada inclinación hacia adelante
tal vez por su desmesurado afán
de mirar las pantorrillas de las chicas
que desfilan dentro de su campo visual.
El Tiñoso, distinguía a las aves
por el vuelo o la manera de gorjear,
y se diría que, de haberlo deseado,
también hubiera aprendido a volar.
Se desplomó desde un cerezo silvestre
sobre una zarzamora  enmarañada,
que le dejó desgarrada la oreja
y una de sus piernas lisiada.
Jamás se lamento de sus calvas
de su cojera o su oreja partida,
todos sus males eran bienvenidos
si de los pájaros provenían.
Los tres amigos sentados en la hierba
hilvanaban sus proyectos
al Mochuelo le resulta torturante
no tener una cicatriz en el cuerpo
Entre ellos no cabían disensiones
cada cual acataba de antemano
el lugar que le corresponde en el grupo
y todos actuaban según su rango.
Primero el Moñigo, después el mochuelo
aunque fuera mas aguda su inteligencia,
el Tiñoso en el escalafón mas bajo
a pesar de su experiencia pajarera.

Era el suyo, un pueblecito pequeño
y retraído y vulgar con casas de piedra,
con galerías abiertas pintadas de azul
 y colgantes de madera,
La primera casa era la botica,
anexas estaban las cuadras
de Don Ramón, boticario y alcalde
repletas de orondas y saludables vacas.
En la puerta de la farmacia, una campanilla,
cuyo repiqueteo distraía a don Ramón
de sus afanes municipales para reintegrarle
durante unos minutos a su profesión.
El palacio de don Antonino, el marqués,
el taller del zapatero, el ayuntamiento,
la tienda de las Guindillas con su escaparate
demasiado variado pero poco recompuesto,
la plaza cubierta de boñigas
con una fuente publica de dos caños,
la fonda con galería de cristales
y cerrando la plaza el edificio del Banco,
casas de vecinos con jardinillos delante
la finca de Gerardo el indiano,
la casa de Pancho el Sindiós
la taberna del Chano y la fragua de Paco.
Regentadas por las Lepóridas
las oficias de teléfonos,
el bazar de Antonio el Buche
la casa de don José, el cura del pueblo,
la iglesia sin un estilo definido
con un campanario erguido y esbelto,
frente a ella la escuela con ventanas verdes
y la vivienda de don Moisés el maestro.
Todo lo de su pueblo era distinto a los demás
pensaba Daniel el Mochuelo
los problemas no eran vulgares
su régimen de vida revelaba talento.
Las calles, los edificios, no hacían un pueblo,
ni tan siquiera le daban fisonomía,
a un pueblo lo hacían sus hombres y su historia
de la que emana una trascendencia positiva.
El Mochuelo, sabía que por aquellas calles
cubiertas de boñigas pastosas
y por las casas que las flanqueaban, pasaron
hombres honorables, que hoy eran sombras,
pero que dieron al pueblo y al valle
una armonía y un sentido,
un modo propio y peculiar de vida
singulares costumbres y distinto ritmo.
Prefirieron no asfaltar la plaza
(por eso no va a llegar al río la sangre)
antes de que les aumentar los impuestos
¡la cosa publica era un desastre!
 Voceaba don Ramón el alcalde
si se le presentaba la oportunidad:
-¡cada uno mira demasiado lo propio
pero hay cosas de todos que debemos cuidar!-
No había quien le metiera en la cabeza
que ese egoísmo era flor o espina
o vicio o virtud de toda una raza
y que tenía la batalla perdida.

A la Guindilla menor se le antojaba
el valle una cárcel sin luz y vacía,
el amor le abrió los horizontes
reparó por primera vez en su vida
en la belleza de las montañas abruptas,
lo poético de la verde campiña
cuando se tiene el corazón encandilado
parece trascendente cualquier nadería.
La vieron fugarse con Dimas
para vivir su amor sin testigos
ella loquita por perder la honra
el, por cazar un tesoro escondido
La Guindilla Mayor recortó de una caja
 de zapatos un cartoncito y escribió
“Cerrado por deshonra”
en la puerta de la tienda lo colgó.
La Guindilla menor regresó al pueblo
a los tres meses de su partida
con el corazón dolorido
y con la honra perdida.
Llevaba lágrimas en los ojos, parecía
mas magra y consumida que antes,
caminaba bajo el peso de un fardo invisible
que la obligaba a encorvarse.
Eran sin duda los remordimientos
vestía como una viuda enlutada,
con una mantilla negra y tupida
que le escamoteaba la cara.
El jefe de estación avisó a las Cacas
y estas expandieron la noticia,
Irene, avergonzada entro en la casa
esperando la consabida regañina:
-Tardarás cinco años en asomarte a la calle,
llevarás luto el resto de tu vida,
estas son mis condiciones ¿las aceptas?
preguntó su hermana muy digna
-Las mujeres feas no tenemos honra
quise vivir mi historia de amor
¿quien te robó el corazón, Irene?...
 ¡fue Dimas, el buen ladrón!
Pocas veces, como aquella tarde
estuvo la tienda tan concurrida,
jamás, con tan crecido numero de clientes
salió una caja tan mezquina.
Beata fea la mayor de las hermanas
ansiosa por estar en paz con Dios
cualquier pretexto era bueno
para pedir a Don José confesión:
-padre: ¿no es una prostituta la mujer
que se da a un hombre por amor?-
-hija: prostituta es quien comercia
 con las gracias que Dios le dio-
-pero a mi hermana le perdió la sangre
arrebolada de fogosidad y ardor,
la misma sangre que por mis venas correr,
me acuso ante usted y ante el Señor-

Las Guindillas y las Lepóridas creen
que el pueblo tiene dos extremos,
los vagos y los holgazanes
que ganan poco dinero,
y los que ganaban mucho de los cuales
afirmaban que tan solo trabajaban
para gastárselo en la taberna
al terminar la jornada.
En la taberna de Quino solo
se despachaba un pésimo morapio,
con el que mataban la sed los obreros
y empleadas de la fábrica de clavos.

La vía del tren y la carretera
a veces se buscaban, otras se repelían, 
dibujaban en la hondonada
frecuentes zig zags en perspectiva.
Cuando veían la boca del túnel
escupiendo locomotoras tan  grandes,
les parecían dos blancas estelas abiertas
entre el verdor de los prados y maizales.
En verano con el cambio de la hora
regresaban al pueblo de día
lo hacían por encima del túnel
escogiendo la hora del paso del tranvía.
La hueca resonancia del valle
anunciaba la próxima llegada,
asomados al precipicio, el humo
les hacia estornudar y reír a carcajadas.
Casi al alcance de la mano.
el tren se deslizaba bajo sus ojos,
zarandeándose, cachazudo, lento,
con un traqueteo constante y monótono,
Esperaron al tren un día en el túnel
mientras aliviaban sus vientres,
se quitaron los pantalones
para no ensuciarlos con sus heces,
pasó el tren, se llevo sus ropas
y con ellas su honra y su orgullo,
al tener que volver los tres al pueblo
mostrando a los vecinos el culo.
Y vengan los regletazos en la mano,
y vengan las horas de rodillas
levantando la historia sagrada
por encima de la coronilla.
El Mochuelo intuía que se culpa a los niños
de lo que no tiene la culpa nadie
por eso, el único negocio de la vida
es hacerse un hombre cuanto antes
Los mayores podrían chamuscar un gato
sin que se turbaran los cimientos sociales,
y sin que don Moisés el maestro
a regletazos los escarmentase.

Quedose viudo el Indiano,
lloró un rato en el cementerio,
 pero no lloró con los mocos colgando
como cuando pequeño,
ni se le caía la baba como entonces,
 sino que lloró en silencio
y sin apenas verter las lágrimas
que le apretaban en el pecho.
Los tres amigos saltaron la tapia
de la casa del indiano
el corazón del Mochuelo baila
como un loco desatado,
la aprensión mermaba su osadía
notaba los miembros envarados,
mientras recogía las manzanas
que iban cayendo del árbol.
Volvió Mica, exuberante y preciosa
a casa antes de lo esperado,
las manzanas rodaron por el suelo
los tres estaban avergonzados,
prometieron no volver a robarle
hablar con ella cuando quisieran algo,
el Mochuelo no soltó palabra,
su corazón se quedó prendado.
Acude el Mochuelo a la iglesia buscando
ponerse en paz con las alturas
-¿es pecado robar manzanas a un rico?-
a Don José -que es un santo- le pregunta
-si el robado es muy rico, y el ladrón
coge una manzana para no morir de hambre,
Dios es comprensivo y misericordioso
y encontrará el modo de disculparle-

Suponían una paz inusitada
los días que en el valle llovía
el agua transformaba en el valle
su ostensible fisonomía.
Las montañas asumían tonos sombríos
y opacos desleídos entre la bruma,
mientras los prados restallaban en tonos
mas verdosos que nunca.
En verano las tormentas no acertaban
a escapar del cerco de los montes
y no cesaba de tronar durante tres días
y sus respectivas noches.
Salían entonces las almadreñas
y su rítmico y monótono “clac-clac”
se escuchaba a todas horas en el valle
mientras persistía el temporal.
Las montañas se apelotonaban con los silbidos
de los trenes hasta que desaparecían
las nubes se agarraban a sus crestas,
como islotes solitarios emergían.
A Daniel le gustaba su valle
con sus  precipitaciones y su melancolía 
 con los azules y dilatados horizontes
y la apatía con el sol desaparecía.

Mi hermano y yo (decía Quino el manco
al Tiñoso, al Moñigo y al Mochuelo)
vivíamos en un pueblo de Vizcaya
él era el mas fuerte del pueblo.
Me pidió que le aguantara un tronco
mientras él con un hacha lo troceaba,
quise hacerle una advertencia
moví mi mano, y la sentí lejana.
Saltó a 4 metros de distancia
como una mas de las astillas
Quino  se miraba cariñosamente
el  sesgado muñón y sonreía.
Cuando yo mismo fui  a recogerla
los calientes dedos se retorcían
ellos solos, nerviosamente
como la cola de una lagartija.
Josefa se enamoró de Quino el Manco
pero a quien él amaba era a Mariuca
aunque tísica la pobre estuviera
no dejaría de protegerla nunca.
Cuando leyeron las amonestaciones, Josefa
se arrojó sobre las gradas del presbiterio
llorando como una loca, pedía
compasión mesándose los cabellos.
Su grito se oyó perfectamente
desde el corral de Quino el Manco
 donde, tras la ceremonia en la iglesia,
se reunieron todos los invitados.
Desnuda, sobre el pretil del río
mirando al agua con ojos desencajados
la Josefa rebosante de amor y celos
se dejó caer como un gorrión asustado.
Todo lo que se les ocurrió a las mujeres
para evitar la catástrofe
fue gritar, abrir mucho los ojos
para terminar por desmayarse.
Se le abultó el vientre a la Mariuca
 a la par que se afilaba su apariencia
-no aguantará el parto- decían unos
 murió tísica a la semana y media
tras parir con mucho esfuerzo
una pecosita muy bella
a los cinco meses justos
de suicidarse la Josefa.
Al enterarse de la desgracia
sentenció la Guindilla mayor:
-comieron cocido antes de las 12,
ofendieron a Dios y él les castigó-
El ama de Don Antonio el Marqués
no creía que fuera un castigo de Dios
pues Irene también comió el cocido
antes de las doce y nada le sucedió.

-Mañana iremos a los milanos,
prepárate, te llamaré con el alba-
a Daniel el Mochuelo le recorre
un escalofrío por la espalda.
Están uno frente a otro, inmóviles
 escondidos en los matorrales,
creyó el padre ver algo moverse,
un disparo resonó en el aire.
El quesero lo vio todo negro
al oír los quejidos del niño,
por un instante el cielo y la tierra
dejaron de tener sentido,
mas al acercarse se disiparon
sus oscuros presentimientos
¡es solo un rasguño en la cara!
Dijo entre carcajadas y aspavientos.

Hay cosas que se le imponen al hombre
que lo sojuzgan con cruel despotismo,
como el fervor de Don José, que es un gran santo
o al Pancho el Sindiós su escepticismo,
la antipatía sorda de la Sara
hacia Roque el Moñigo,  su hermano,
y la atracción del Mochuelo por Mica
la hija de Gerardo el Indiano.
Quiso zafarse de la presión interior
que enervaba su insobornable autonomía,
porque si a Mica dejaba el pueblo
él notaba que el valle se ensombrecía,
amedrentadores, grises y yermos
el cielo y la tierra se tornaban
y todo tomaba otro color, mejor aspecto
el día que ella regresaba,
se hacían mas dulces y cadenciosos
los mugidos de las vacas,
mas incitante el verde de los prados
la sonoridad de los mirlos mas matizada,
como si para el valle no hubiera
otro sol que los ojos de la americana
y no existiera en el mundo otra brisa
que el viento de sus palabras.

El cargo de maestro exige
una suficiente remuneración
para lucir la apariencia exigida
a un hombre de su posición.
Pero Don Moisés carecía de ella
por lo que era normal ver a el Peón
embutirse cada día en el mismo traje
remendado con el que al pueblo llegó,
incluso dicen las malas lengua
que no lleva ropa interior,
pues costaba un ojo de la cara y precisaba
de los dos para desempeñar su labor.
Se enamoró de Camila la Lepórida
pero ella le dio calabazas,
porque decía que era rostritorcido
y tenía la boca descentrada.
¡Que tontería! pensó el Herrero,
bien podía Camila, si se casaban
a fuerza de encendidos besos
centrarle la boca y enderezarle la cara,
y siempre sería menos desagradable
besar a un hombre en la oreja,
que besar en los hocicos
a una melindrosa coneja.
Pero Don Moises necesitaba una mujer
mas que una comida suculenta,
llevaba 10 años diciéndolo
desde el día que llegó a la aldea.

El Moñigo, manifestó bien clarito
una sentencia entre dientes:
-Sara y el Peón se parecen
en que ninguno de los dos puede verme.
Mandaremos una carta al profesor
como si la Sara misma la escribiese
sembrando puntadas de loca esperanza
de un enlace inminente.
Le diremos que queme la carta
antes de encontrarse con ella,
que ni siquiera la miente
o se morirá de vergüenza.
Si la cosa sale bien, Don Moisés
nos tendrá en mejor prestigio
a mi por ser su cuñado,
a vosotros por ser mis amigos-
Paulatinamente renacía la confianza
en el ancho pecho del Moñigo.
 se veía emancipado en su casa
y en la escuela sin castigos

Volvió la Sara a encerrar al Moñigo
y a comenzar sus letanías:
-cuando perdido el uso de los sentidos
el mundo desaparezca de mi vista
y en los afanes de la muerte gima yo
 entre la angustia de la última agonía...
-Jesús misericordioso, tened compasión de mí.
respondía el Moñigo a toda prisa
-Cuando mis ojos vidriados y desencajados
por el horror de la inminente muerte
fijen en Vos sus miradas lánguidas …
el niño respondía atropelladamente.
Sara preguntó cerrando el devocionario
-ya puedes salir, ¿escarmentaste?
-sí,  Sara, hoy me metiste mucho miedo...
sus amigos ya estaban esperándole
Desde el ventanuco de la buhardilla
montaron guardia para ver la llegada
de Don Moisés con el cuerpo ladeado
y las manos a la espalda.
Guiñaba un ojo y sonreía a la Sara
con el extremo izquierdo de su boca,
ella, azorada por tantas medias sonrisas
y guiños le saludó atónita.
-Admiro la sinceridad en las mujeres,
 que no necesitan disimulos ni recovecos-
tan roja se le puso la cara a la Sara
que parecía menos rojo su pelo.
Él le dijo cosas bellas de sus ojos
de su boca y sus cabellos,
el corazón virgen de ella se derretía
como hielo bajo el sol por sus requiebros.
Las mejillas rojas y la mirada perdida
en el vacío, igual que una sonámbula.
-vendré a verte todos los días
te querré hasta el fin del mundo, mi Sara,
y tú, ¿me querrás para siempre?-
Ella le miró como enajenada
las palabras le acudían a la boca
con una fluidez extraña
-te querré hasta perder los sentidos
y el mundo desaparezca de mi vista,
y gima yo entre los afanes de la muerte
y la angustia de mi última agonía-
Fijaron la boda para el 2 de noviembre
fecha que desagradó al pueblo
-quien busca mujer se casa en primavera
quien busca fregona, en invierno-
Ya no encerraba al Moñigo para leerle
las recomendaciones del alma
sacaba buenas notas en la escuela
y Don Moisés no le castigaba
El Mochuelo saco tan poco del asunto
que lamentaba haber intervenido,
era mas alentador sostener la Historia
Sagrada teniendo a su lado al Moñigo.

Don José, el cura, que era un gran santo,
decía: es una lástima que vivamos
solos para todas las cosas y necesitemos
para ofender a dios emparejarnos-
Decían que era mas papista que el papa
y eso no está bien en un sacerdote
tan piadoso y comprensivo de ordinario
para las flaquezas de los hombres.
Don Ramón el alcalde tachaba
a sus vecinos de individualistas,
la gente vivía recluida y aislada
solo se preocupaba de si misma.
Solo los domingos por la tarde
ese individualismo  se quebraba,
los viejos en la tasca fuman y beben
 los jóvenes en los bosques se emparejaban.
El cura arremetió una mañana
contra los amantes de bosques y prados
contra las parejas que se apretujan
al anochecer en el baile cerrado,
contra los que se emborrachan y se juegan
hasta el pelo en la taberna del Chano,
contra quienes ofenden al santísimo
trabajando el domingo sus campos.
Fue aquel el día en que Don José
en un repentino arrebato,
se rasgó las vestiduras talares
desde arriba hasta abajo.
 Una comisión presidida por la Guindilla Mayor
visitó al cura en la sacristía :
-Diganos, Don José ¿esta en nuestras manos
cambiar costumbres tan corrompidas?
-Organizaremos un centro para la juventud
daremos cine los domingos y festivos
proyectando solo películas acordes
a la moral católica, a machamartillo,
-pero Pancho el Sindiós no nos dejará
su cuadra para un fin tan santo
-no forméis prematuros juicios-dijo el cura-
Pancho en el fondo no es malo.
La Guindilla saltó como si la pinchasen
-¿es que se puede ser bueno sin creer en Dios?
Tres meses después en la cuadra de Pancho
limpia y blanqueada el cine se inauguró.
La primera sesión fue exitosa,
ninguna pareja en los bosques quedó,
mas a las dos semanas se acabaron
las películas que elogiaban a dios.
Se proyectaron otras cintas mas frívolas,
el cura se aferro a la teoría del “mal menor”
siempre estarán mejor aquí recogidos
que sobándose en los prados sin pudor.
Una tarde se dio la luz en plena proyección
y Pascualón, el del molino,
 con la novia sentada en las rodillas
muy amartelado fue sorprendido.
-Tomemos medidas, dijo la Guindilla,
pongamos luz en la sala
y censuremos las películas...
La sugerencia fue aprobada.
La comisión de censura quedó integrada
por el cura, Trino el sacristán y la Guindilla,
se reunían el sábado y examinaban
la película que el domingo se proyectaría.
Se hizo el silencio, el cura y la Guindilla
volvieron el rostro hacia el sacristán
que miraba la mujer de la pantalla
boquiabierto y sin pestañear:
-o dejas de mirar así- le dijo Don José-
o en la censura no participarás
Trino era un hombre de escaso criterio
y ninguna voluntad,
la mirada  del sacristán era blanda y acuosa
y carecía de barbilla  o mentón,
lo que daba a su rostro una torpe
y bobalicona expresión.
Al andar se acentuaba su torpeza
como si le costase un gran esfuerzo
desplazar a cada paso el volumen
de aire que precisa su cuerpo.
Ante la reprimenda del párroco
humilló los ojos y sonrió bobamente
pero ¡caramba! Aquellas admirables pantorrillas
no se veían por el mundo frecuentemente.
Encendieron luces durante las proyecciones
el pueblo las acogió con destemplanza,
el primer día las silbaron, el segundo
no quedó una bombilla sana.
Fue Pascualón el del molino
quien inició el desplante primero:
- para mí se acabó el cine
si me quitan las piernas y los besos
o dan las películas sin cortar
o a los bosques nos volvemos-

Al día siguiente reunidos
los elementos de la comisión
terminaron con el pecado
prendiendo fuego al proyector.
La Guindilla, junto a las cenizas
en plena fiebre inquisidora proclamó
su fidelidad a la moral cristiana
y su inquebrantable decisión
de perseguir cuando la noche cae
con su indiscreta linterna
por zarzales prados y montes
a las amarteladas parejas.
Proyectando la luz sobre sus rostros
se erigía en la voz de sus conciencias:
 -Fulano, Fulana, estáis en pecado mortal-
repetía sin sosiego la terrible sentencia:
El entrometimiento de la Guindilla
durante tres días los mozos soportaron
al cuarto, con la paciencia agotada
los jóvenes la rodearon en un prado.
Unos querían pegarla, otros
atarla desnuda a un árbol,
ella se dispuso a engrosar las listas
del martirologio cristiano.
Si no acabo  de cabeza en el río
fue porque la defendió con fiereza
Quino el Manco en cuyo pecho albergaba
un vivo rescoldo de dignidad y nobleza.
La defendió como un hombre, agitó
el muñón cual mástil de bandera arriada,
el enfado de los mozos se desvaneció
y emprendieron la retirada.
Ella echó a correr como una loca
tras besar el muñón del hombre
al día siguiente confesó el pecado
de haber besado a un hombre en la noche.

-Todos tenemos un camino marcado
debemos seguirlo sin renegar de él
pensareis que es fácil -dijo el cura-
pero en realidad no lo es.
El camino no está en la espesura del bosque
ni en la taberna los domingos.
ni en trabajar el campo
durante los días festivos.
La felicidad no se encuentra
 en lo mas grande o en lo mas alto,
sino en acomodar nuestros pasos al camino
que el señor nos ha señalado-
La Guindilla formó un coro en la iglesia
del que iba descartando las voces “no puras”
el Mochuelo rezaba para que lo expulsaran
y unirse a sus compañeros de aventuras.
Fingió una voz ronca, de hombre,
la treta no le dio resultado:
-Daniel, ¡caramba! -dijo la Guindilla-
deja de engolar la voz o te doy un sopapo-
Se resignó a tener una “voz pura”
e intuyó lo que ocurriría a la salida,
los descartados, capitaneados por el Moñigo
les chillaron enrabietados ¡niñas, maricas!
Habéis cantado muy bien dijo la Mica
con una expresión muy sonriente
Daniel se puso ansioso de puntillas
pero el beso, le cayó en la frente.
Se acercó a ella un hombre joven
delgado y vestido de negro luto,
cogidos de la mano se miraron de un modo
que al Mochuelo no gusto en absoluto.

Sus dos amigos le acompañaron
por la tarde a la romería,
el Mochuelo seguía triste
el prado olía a churros y a alegría.
En el centro estaba la cucaña
diez metros mas alta que otros años,
los intentos fallidos de los mozos
contemplaron asombrados.
Decidió intentarlo el Mochuelo
empujado por su desesperación,
por el novio enlutado de la Mica
y por los niños de impura voz.
Saltó sobre el palo, subió sin esfuerzo
 sentía en la cabeza un fuego vivo,
vanidad despierta y desesperación,
una rara mezcla de orgullo herido.
“Nadie será capaz de hacer lo que tú hagas”.
(se decía mientras seguía ascendiendo)
aunque los muslos ya le escocían
no temía precipitarse al suelo.
El palo empezó a oscilar
como un árbol mecido por el viento,
podía tratar de tú al pico Rando
de tan cerquita que estaba del cielo.
Se sentía como embriagado
su madre asustada, le imploraba,
sordo a las reconvenciones de abajo
siguió trepando la cucaña
que arriba se hacía menos gruesa
como un hombre ebrio se tambaleaba,
los cinco duros donados por el indiano
con los dedos casi los rozaba.
Apenas tenía fuerza en los brazos,
los muslos se le despellejaban,
abajo reinaba el silencio
la tragedia se mascaba.
Ya se hallaba en la punta
la oscilación de la cucaña aumentaba,
acercó la boca y mordió el sobre
con su hipotética medalla
No se oyó ni un aplauso, ni una voz,
gravitaba el presagio de una desgracia,
se dejó caer sobre el palo encerado
de sus muslos heridos la sangre manaba.
Regresó a casa con el corazón henchido
sin motivos para estar atribulado
estaba radiante, el novio de la Mica
le había dicho ¡bravo, muchacho!

A veces la Guindilla se reía
de que en su vida, el amor
hubiera nacido precisamente
de su celo moralizador.
Quino el Manco, ya había pensado en ella
 antes del incidente con los mozos.
la Guindilla era enjuta y delgada
no era joven y él tampoco,
pero tenía talento comercial
y la defendió en el puente,
no lo hizo con miras egoístas
sino por odio a la violencia con las mujeres.
El beso de ella en su muñón retorcido
sirvió para que Quino notara la pujanza
y la eficacia de su virilidad,
su sexualidad, todavía contaba.
Y se dio en pensar en eventualidades
susceptibles de ser llevadas a la práctica,
por debajo de la puerta de la tienda
introducía una flor cada mañana.
 Sabía también que la asiduidad
y la constancia terminan por mellar el hierro,
y que una flor sin intención
puede llevársela el viento.
Este caudal de ternuras acabó revertiendo,
en don José, el cura, que era un gran santo,
dijo la guindilla: ¿es pecado desear a un hombre
y querer desmayarse en sus brazos?
Nadie sabe cuando le llegará la hora,
si es pecado yo vivo empecatada,
no puedo desear otra cosa -decía-
 no tengo remedio... y lloraba.

Confeso su amor la Guindilla a su hermana
su pellejo se ahogó en rubores
-tu tampoco ignoras querida
que en casa necesitamos un hombre
-también lo necesitábamos cuando lo mio
-eso  es diferente hermana
Quino tiene vergüenza y a Dimas
solo tu dinero lo guiaba.
Fue preciso que la Guindilla y el Manco
recorrieran las calles emparejados
un domingo para que el pueblo
se diera al fin por enterado.
Y contra lo que el Manco creía
no se marchitaron los geranios,
ni se hendió la tierra, ni se estremecieron
las vacas en los establos,
ni se desmoronaron las montañas
al difundirse la noticia,
solo hubo insinuaciones de doble sentido
y apenas unas incisivas sonrisas.
-Señor cura: ¿desear que un hombre
nos bese en la boca y nos estruje entre sus brazos
 con todo su vigor,
 hasta destrozarnos... es pecado?
Peco a cada minuto de mi vida
don José, no puedo remediarlo,  
dijo, sin más, el cura:
-Tú y Quino debéis casaros
La Guindilla acababa de descubrir
que había una belleza en el sol matutino,
en las carretas de heno,en el vuelo
 de los milanos bajo el cielo límpido.
La Guindilla menor rompió a llorar,
 luego le dio un ataque de nervios,
y por último, se acostó con fiebre
le  costó asumir los acontecimientos.
Uca Uca, contó al Mochuelo el romance
de su padre con la Guindilla,
sintió que se desvanecía totalmente
su vieja aversión por la chiquilla.
-El padre dice que ella me lavará la cara
y me peinará las trenzas.
Daniel, el Mochuelo, presentía
la tribulación inexpresada de la pequeña,
-que me llevará a la ciudad
para que me quiten las pecas
-¿y tu quieres? La preguntaba el Mochuelo
ella bajaba los ojos con tristeza.
Surgió entre los dos de repente
un punto común de rara afinidad,
lo que mas convenía a sus padres
los dos tenían que acatar.
El día de la boda Uca Uca
 no apareció por ninguna parte,
Quino se olvido de su esposa, había
que encontrarla costase lo que costase,
podía haberla devorado un lobo,
Daniel quiso gritar con toda su alma
y pensó que si a Uca Uca la quitaban
las pecas, desaparecería toda su gracia.
Apareció la niña entre los hombres
 muy pálida y desgreñada,
con palos, linternas y faroles
regresaban  al pueblo de madrugada.
 Todos corrieron a casa de Quino,
a ver llegar a la niña y a besarla,
la Guindilla se adelantó a todos
y le dio dos sonoras bofetadas.
El Manco contuvo una blasfemia,
que golpease a la niña no le gustaba,
pero ella dijo que ya era su madre
y tenía el deber de educarla.
 Quino el Manco, desolado
se sentó en una banqueta de la tasca
se echó de bruces sobre el brazo
que apoyaba en la mesa, y lloraba,
como si acabara de sobrevenirle
 una tremenda desgracia.

Fue una mala pisada o un resbalón,
o un fallo de su pierna coja,
el caso es que Germán el Tiñoso
cayó aparatosamente contra las rocas.
El golpe le hizo deslizarse
como un fardo sin vida hasta la poza,
el Moñigo y el Mochuelo lo llevaron
a casa de su madre, Rita la Tonta.
Ella, al ver a su hijo en aquel estado
prorrumpió en gritos y ayes,
el pueblo llegaba a casa del zapatero
solo cinco minutos mas tarde.
Tal era su anhelante impaciencia
que todos los ojos miraban
a Don Ricardo el médico
pendientes de sus palabras:
-tiene fracturado el cráneo, está grave,
llamen a una ambulancia-
El valle se tornó gris y opaco
la luz del día macilenta y pálida.
Entre la vida y la muerte, durante horas
el Tiñoso sirvió de campo de batalla,
Pancho el Sindiós habló del Destino,
de la voluntad del Señor las beatas.
La muerte se empeño en llevárselo
y contra ella, si se ponía terca
 no se conocía remedio
para hacerle dar media vuelta.
Su hermano Tomás juraba entre dientes
como si contra Dios se rebelara,
el padre iba tan encorvado que parecía
mirar las pantorrillas de una enana.
Las mujeres lloraban a gritos,
Daniel sintió que quería llorar
pero no lo hizo porque el Moñigo
vigilaba sus reacciones sin pestañear.
-Los hombres se hacen -dijo el herrero-
las montañas están hechas ya
-¿que quieres decir padre?dijo el Moñigo
furioso extendió la bota: ¡que bebáis!
y encargad una corona fúnebre
como homenaje al amigo perdido-
Aquella tarde, las montañas y los pájaros
tenían un cariz entenebrecido.
Rita la Tonta se abrazaba al Mochuelo
porque era el mejor amigo de su hijo
era, como si abrazada a su cuello
sintiera a su pequeño aún vivo.
Pensar que en unas semanas se iría
ponía mas triste al Mochuelo
pues no estaría para enjugar,
sus pobres y truncados afectos.
Los grandes raramente se percatan
del dolor acervo y sutil de los pequeños.
después del accidente, en vez de consolarle
amonestó su padre al Mochuelo:
-podría haberte ocurrido a ti
lo sucedido al hijo del zapatero
¿ves en lo que acaban las diabluras?
¡que te sirva de escarmiento!-
Se dio cuenta de que  a la larga
todos acabarían muriendo,
una sensación angustiosa le asfixiaba,
fue un sentimiento desolador y tétrico,
pues vivir día a día era inexorablemente
ir poquito a poco muriendo
moriría don José y las Guindillas
moriría Mariuca-uca  y el herrero.
¡Al cabo de cien años no quedaría
rastro de ellos sobre las piedras del pueblo!
Llegarían a desaparecer del mundo todos,
los que ahora poblaban su costra
y el mundo no advertiría el cambio.
 La muerte era lacónica y misteriosa

Al pasar ante la tapia del boticario
picoteando un cerezo había un tordo,
buscó el tirachinas en el bolsillo
reavivándose el sentimiento del Tiñoso,
colocó una piedra en la badana
se oyó un ruido de huesos quebrados,
Daniel corrió hacia el animal abatido
al cogerlo temblaban sus manos.

Cuando llegó, Germán el Tiñoso
ya estaba dentro de la blanca caja,
también había llegado
la corona por ellos encargada
con la leyenda que dispusieron:
“Tiñoso, tus amigos Mochuelo
y Moñigo no te olvidarán jamás”
Rita abrazándolo, le dio otro beso.
Tomás el hermano se enfado
y cortó el trozo que rezaba “Tiñoso”
mientras los demás lo contemplaban
Daniel depositó con disimulo el tordo
en el  brillante e inmaculado féretro
junto al silente y frío cadáver,
pensó que desde el otro mundo
su amigo le agradecería el detalle.
Tomás se sintió recorrido
por una corriente supersticiosa.
¿Quién había colocado en la caja
semejante carroña?
Daniel, el Mochuelo, tras el enfado
de Tomás por lo de la corona,
no se atrevió a declarar su parte de culpa
 en esta misteriosa historia.
En el rostro de sus vecinos
Rita buscaba una razonable explicación,
pero en todos ellos se dibujaba
un idéntico estupor.
Se le ablandaron los ojos a Andrés,
“El hombre que de perfil no se ve”
-Él quería mucho a los pájaros- dijo-
 los pájaros han venido a morir con él-
A la sorpresa inicial sucedió
pronto la general creencia,
de que el suceso se debía
a una intervención ultraterrena.
Unas mujeres fueron a avisar a Don José,
otras en busca de sus maridos
para que fueran testigos
del extraordinario prodigio.
-Tal vez alguien colocó el tordo en el ataúd
por broma, o con buena intención-dijo el cura-
tal y como se habían puesto las cosas
la boca del Mochuelo permaneció muda.
El párroco oteó los alrededores
sonrió con complicidad al niño,
le propinó unos golpecitos en el cogote
¡Buena la has hecho, hijo!

La vibración de las campanas es capaz
de acentos hondos, graves y sombríos,
nunca hablan de la misma manera
ni comunican lo mismo.
El repique del día de la patrona
a cohetes, y jubilo sonaba
a impulsos de un sentimiento de alegría
el corazón se le redondeaba.
Al concluir los bombardeos en la guerra
también repicaban alegres
mas, con un deje de reserva
cauteloso, precavido y reticente
Otras veces los tañidos eran opacos
oscuros huecos y sordos
como el fatal aciago día
en que enterraron al Tiñoso.
Esos días a la tierra y a las plantas
pasaba el frío de sus vibraciones,
se colaba en los huesos de los niños
y en el corazón de los hombres.
El Mochuelo se tornaba maleable,
sentía que cada campanada
era como una afilada aguja
que su cuerpo atravesaba.
Le dolía que los hechos pasasen
 con esa facilidad a ser recuerdos,
le ponía nervioso la imposibilidad
de dar marcha atrás en el reloj del tiempo,
saber que nadie volvería a hablarle
con la precisión y el conocimiento del Tiñoso
de los rendajos y las perdices
de las pollas de agua y los tordos.
Jamás el padre del Tiñoso
volvería a mirar a las mujeres
se convirtió de repente en un anciano
sexualmente indiferente

Adquirían una penetración  dolorosa
bajo la iglesia, los tañidos de las campanas,
silencio de sollozos reprimidos
sobre lágrimas truncadas.
Daniel se volvió al notar sobre su mano
el calor de una mano amiga,
era la Uca-uca con su ademán resignado
y grave gesto en sus facciones de niña.
Le hubiera gustado quedarse solo con ella,
llorar a raudales sobre sus trenzas doradas,
poder sacar de su corazón sin testigos
esa pena que tanto le ahogaba.


Cuando don José acabó el tercer responso,
Trino, el sacristán, extendió una arpillera
al lado del féretro y Andrés
 arrojó en ella una peseta.
La arpillera se iba llenando
de monedas livianas y a cada dádiva,
Don José contestaba con un responso
como si diera las gracias.
El Mochuelo aferraba su moneda
en el bolsillo de su pantalón,
sin querer pensaba que al día siguiente
se comería un adoquín de limón.
Pero recordando al Tiñoso pensaba,
que no tenía ningún derecho
a comer golosinas mientras su amigo
se pudría en un oscuro agujero.
Se desembarazó de la mano de la Uca-uca
y se adelantó hasta el féretro,
siguió el itinerario de la moneda
escuchando su alegre tintineo.
Presintió la sonrisa del Tiñoso
desde el fondo de su caja blanca,
contuvo su deseo de sollozar
pues delante, el Moñigo avanzaba
y de cuando en cuando volvía la cabeza
para averiguar si él lloraba

Se borraban las estrellas del cielo
en el cuadro de la ventana, enmarcado
sobre el fondo blanquecino del firmamento
vislumbraba la cumbre del pico Rando.
Al mismo tiempo, entre la maleza
iniciaban sus conciertos matutinos
melodiosos ruiseñores, rendajos,
dulces verderones, armoniosos mirlos.
 Con una fruición aromática y vegetal,
al nuevo día el valle despertaba
 se intensificaban los olores
en una atmósfera queda y reposada
Sintió que la vitalidad del valle le penetraba,
que se daban protección el uno al otro,
 no deben separarse dos entes si han logrado
 hacerse el uno al modo y medida del otro
El convencimiento de una inmediata
separación le desasosegaba,
en unas horas subiría a un tren
y escaparía a una ciudad lejana.
Sentía que hubiera llegado tan pronto
el momento de su maldita marcha
precisamente ahora que el valle
con la melancolía del otoño se endulzaba.

Al Mochuelo no le importa el progreso,
en cambio le apasionaban
los caseríos blancos, los prados,
los trenes diminutos en la distancia,
los maizales parcelados,
los tañidos de las campanas,
el agrio olor de las encellas,
las boñigas tan aplastadas,
el rincón melancólico y salvaje
donde su amigo descansa,
los pececillos de la poza del río
con su entrega dócil y confiada,
el chillido monótono de los sapos,
bajo las piedras del agua,
y las pecas de la Uca-uca,
los quehaceres de su madre en la casa.
Todo había de dejarlo por el progreso
pues los niños no tienen autonomía,
el poder de decisión les llega
cuando ya no lo necesitan,
cuando no pueden dejar de guiar un carro
o picar piedra ni un solo día,
si quieren ropas para cubrir sus cuerpos
y comida caliente en sus barrigas.

En el pueblo todos se habían mostrado
cordiales y afectuosos, algunos en exceso,
como si les aligerase saber que en unas horas
perderían de vista al Mochuelo,
le daban palmaditas en el cogote,
expresaban sus esperanzas y buenos deseos,
-tu llegarás a ministro y entonces
daremos tu nombre a una calle del pueblo,
vendrás satisfecho a descubrir la lápida,
comeremos juntos en el ayuntamiento,
¡Buena borrachera para todos ese día
en que serás un hombre de provecho!-
Pancho el Sindiós se irritó con el quesero
por mandar al niño a un colegio de frailes,
pero el quesero le cortó con su mirada
sin darle pie para desahogarse.
La Guindilla se alegraba de su marcha:
-sabes que en la lengua no tengo pelos,
aprende a cantar “Pastora Divina”
y a no pasear por las calles en cueros-
Don José el cura, que era un santo,
le dio muchos y muy buenos consejos,
se notaba que le apenaba perderle
le deseó los mayores éxitos.
Recordó el sermón del día de la Virgen:
-cada cual tiene un camino marcado,
y un mendigo puede ser mas rico
que un millonario en su palacio-
Al recordar esto, Daniel, el Mochuelo,
pensó que él renegaba de su camino
por la ambición de su padre
y contuvo un escalofrío.
El Moñigo le despediría en la estación,
le abrazaría en último extremo
vigilando si sabía ser hombre
hasta el último momento.
Ya le había advertido su amigo:
cuando te marches, no llores,
un hombre no solloza aunque se muera
su padre entre terribles dolores.

Salto de la cama, se asomó a la carretera
allí abajo sobre el asfalto
estaba Mariuca-uca
con una cantarilla en la mano:
-voy a La Cullera a por la leche,
 no podré despedirte en la estación-
Algo muy intimo se le desgarró en el pecho
al escuchar su dulce y aterciopelada voz.
La niña no cesaba de mirarle,
sus trenzas brillaban al sol,
su voz tenía trémolos inusitados
cuando respondió devolviendo un adiós.
-Mochuelo ¿te acordarás de mi?-
Daniel apoyó los codos en el alféizar,
decirle lo que quería decirle
le daba una gran vergüenza
-Uca-uca -dijo al fin- no permitas
que la Guindilla te quite las pecas
 ¿me oyes? ¡No quiero que te las quite!-
 la voz sonaba trémula.
Y se retiró de la ventana,
se arrojó a la cama violentamente,
sabía que iba a llorar y no quería
que la Uca-uca le viese.
Cuando comenzó a vestirse
le invadió una clara sensación
de que tomaba un camino distinto
del que le había marcado el Señor.

                               ...Y al fin lloró


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